Decían que el mundo se iba a acabar.
Decían que después de una determinada fecha todo lo conocido empezaría a
evanecerse en el espacio. Como una tarta de chocolate a las puertas de un
colegio coruñés. Pero el día temido llegó y no pasó absolutamente nada para
asombro de los más beatos de prístinas fábulas. Lo único que parece que está
desapareciendo es nuestra condición de ser humano social con sus derechos
adquiridos. Porque aún acabándose el mundo, nadie regala nada en Navidad.
Para fechas premonitorias que tuvieron
gran impacto social se nos viene a la memoria aquél enigmático año 2000 y sus efectos
devastadores. Otra ilusión. Ganas de incordiar como diría Rosendo. Lo único que
nos quedó como recordatorio de esa fecha en esta ciudad es el Obelisco Milenium
emplazado en el paseo marítimo, muy cerca del mirador de San Pedro. Lo mandó erigir
un antiguo alcalde convertido en cuasi-santo (milagros de la Iglesia) bajo la
batuta de Antonio Desmonts (el mismo que diseñó las tan controvertidas terrazas
de la plaza de MariaPita). Majestuosa, una pirámide de 50 metros de altura se
elevó para rivalizar con la Torre emblema de la ciudad. Observándose de reojo,
ambas torres custodian la furia del mar que siempre algún sonido nuevo trae; y relata,
el Milenium a través sus placas de vidrio exteriores, escenas de la ciudad de
importante relevancia que invito al lector que descubra en su paseo. Su
diseñador fue Gerardo Porto, artista coruñés con más de media vida fuera de
estos lares y que recientemente nos dejó.
Deciros que este Obelisco construido para
conmemorar la entrada de un nuevo milenio, está enmarcado en un saliente donde
rezuma el salitre embriagador del Atlántico. Allí, en su día inaugural,
habaneras se cantaron para entonar a coro el sempiterno canto del mar que rompe
en sus acantilados.
Y cerca, muy cerca del Milenium, Soledad Penalta deja su impronta en forma de escultura que descansa en mitad de una
rotonda. Desde allí, como jugando al escondite, podrás ver como una línea recta
imaginaria une las dos torres que nacieron para confraternizar en esta ciudad
donde nadie es forastero, separadas por la ensenada del Orzán que siempre invita
a sumergirse en ella. Para acabar el año que mejor (e incluso para empezarlo) que caminar hasta el Milenium y pensar calladamente los buenos propósitos a alcanzar para el año entrante. Nosotros seguir aquí, que no es poco. ¿Y vosotros?
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